¡NAMASTÉ!
SALUDO AL DIOS QUE ESTA EN TU INTERIOR
En medio de una revuelta maoísta que cercaba la capital, con un toque de queda militar originado por los disturbios provocados por los ataques a mezquitas islámicas por parte de budistas y cristianos descontrolados, viajamos hasta las entrañas del Nepal para conocer los misterios del país que acoge “el techo del mundo”: la cordillera de El Himalaya.
Según todas las agencias internacionales los maoístas, que se oponían al Gobierno elegido a dedo por el Rey Gyanendra, habían sitiado Katmandú y se había decretado el toque de queda. La estrategia de los rebeldes, al controlar los accesos de entrada a la capital nepalí, pretendía que los ciudadanos del país desestimasen la idea de acudir a la capital. Esto ocurría a finales de agosto del 2011, en plena temporada alta de treekking, lo que causaba un trastorno a todos los escaladores y aventureros que en esa época, post-monzon, viajan hasta la cordillera del Himalaya para aventurarse en las cumbres mas altas del planeta. Algunos de ellos, biólogos y zoologos, con la esperanza de encontrar alguna prueba de la existencia del Yeti.
El Ministerio de Asuntos Exteriores de España había emitido un comunicado desaconsejando a todos los viajeros españoles que entrasen en Nepal y, a los que ya se encontrasen en el país, recomendándoles la evacuación inmediata de Katmandú. Pero era demasiado tarde para nosotros. Nos había costado mucho tiempo, y dinero, preparar aquel viaje. Ya nos encontrábamos en el aeropuerto de Benarés (India), y con los billetes del vuelo a Katmandú en la mano. Durante meses habíamos preparado aquella aventura, y habíamos conseguido los permisos y contactos pertinentes para realizar las visitas a templos, monasterios y santuarios, y decidimos tomar de todas forma el avión de todas hacia Katmandú.
Despegamos del aeropuerto de Benares exactamente a las 12/45 y aterrizamos en el aeropuerto de Katmandú a las 13/22… Un vuelo corto. Sólo 42 minutos. Sin embargo el cambio de un país a otro nos pareció gigantesco. Atrás quedaba la hinduista espiritualidad desesperada de la India, su masificación, sus leprosos, su invasión de miseria resignada en todas la calles, templos y casas; y su 95% de humedad ambiental que convirtió nuestro viaje por la India en una dura prueba física. Nepal nos acogía con una serenidad budista, mucho más reposada. Con una hospitalidad entrañable y con mucho más aire y espacio para movernos, que la masificada India.
Establecimos nuestro centro de operaciones en el Palacio de Dwarika's, un edificio fantástico que ha visto acrecentada su popularidad entre los viajeros españoles, desde que fue visitado por el principe Felipe de Borbón, cuya fotografía nos deba la bienvenida desde una de las paredes del hotel.
Ante nuestras cámaras desfilarán, a partir de ese momento, una pléyade de colores, paisajes y personajes, que harán las delicias de cualquier fotógrafo. Los chillones maquillajes, las túnicas multicolor, los mil reflejos en las fachadas de templos y palacios… Resulta difícil fijar el objetivo entre aquella nutrida oferta de imágenes extraordinarias.
La ciudad de la Gloria
Katmandú, conocido también como “la ciudad de la gloria”, ofrece mil maravillas al viajero inquieto por cuestiones espirituales. Y probablemente el primer lugar que hay que visitar, para tomar contacto con el mundo budista, es la Gran Stupa. Al llegar allí nos saludarán con la formula de cortesía tradicional: “Namasté”, que significa, “saludo al dios que hay en ti”.
Desde el centro de una enorme plaza se erige hacia los cielos una gigantesca stupa presidida por los ojos del Buda, “que no habla, huele ni escucha… solo observa”.
Allí nos encontramos con una colosal marea humana que caminaba por la plaza atestada de pequeños comercios, rodeando la stupa, siempre en el sentido de las agujas del reloj. Nadie caminaba en sentido contrario, algo que lógicamente llamó nuestra atención. Y es que no se trataba de un simple punto de encuentro entre nepalíes llegados hasta Katmandú desde todos los rincones del país. No estábamos simplemente en un nutrido punto de comercio. Aquel lugar no solo acoge a creyentes (budistas) y paganos con la misma hospitalidad… Aquella stupa simboliza al Buda consolador y consejero al que puede acudir cualquier ser humano que visite Nepal.
Unos simplemente caminaban con sus familias, otros mantenían encendidas discusiones con sus amigos, otros hacíamos fotos intentando captar con nuestras cámaras algo de la esencia espiritual del “techo del mundo”… pero todos nos movíamos como un solo cuerpo, como la espiral de reencarnaciones, como los rodillos de los templos budistas… en el sentido de las agujas del reloj. Un espectáculo fascinante, y ejemplificador de la liturgia budista. Nadie pretendía revisar unas tradiciones que existen desde 500 años antes del cristianismo. A nadie se le ocurría provocar a la costumbre ancestral, y enfrentarse a aquella marea humana que giraba en torno a la Gran Stupa en una sola dirección… así que, simplemente, nos sumergimos en aquella marea y nos dejamos llevar por la corriente, en el sentido de las agujas del reloj, contemplando fascinados a monjes tibetanos, sacerdotes animistas, misioneros cristianos, renunciantes, y toda una pléyade de hombres y mujeres, representantes de diferentes corrientes religiosas, que expresaban en pequeños altares, sus respectivas formas de entender a Dios, en uno de los emplazamientos más representativos de una religión sin dios.
Una de las maravillas de Nepal es que conserva la mayoría de sus templos antiguos con una reverencia y cuidado exquisitos, lo que posibilita que el viajero del siglo XXI pueda contemplarlos tal y como eran hace siglos.
Merece la pena visitar lugares como el templo de Kasthmandap, construido con una pieza de madera de un árbol, el Templo de Taleju o, si hay suerte, el templo de Kumasi Ghar o templo de la diosa viviente. Allí tuvimos la fortuna, para el agnóstico curiosidad turística atípica, de ver con nuestros propios ojos, a la Diosa Kali encarnada…
Evidentemente el de Kumasi Ghar es un templo hinduísta, y en el habita, oculta a los ojos curiosos, la niña menor de 10/12 años que, en un festival tradicional, ha sido señalada como encarnación de la diosa Kali en la tierra. Durante unos años la joven vivirá recluida en ese palacio, como una reina, como una diosa, como un ave exótica en una jaula de oro. Y algunos, tras prometer solemnemente que no intentaríamos robar imágenes de la niña-diosa, y dejando nuestras cámaras como condición sine cuanum para acceder al patio interior del templo, podemos contemplar durante unos instantes a la supuesta y sanguinaria diosa de la muerte y la destrucción, encarnada en una encantadora niña. Cuando dentro de unos años, aquella pequeña reciba su primera menstruación, se considerará que la diosa ha abandonado su cuerpo. Ya que la Diosa que se alimenta de la sangre no puede perder a su vez es sustancia sagrada. En ese instante la niña volverá con su familia, y con un probable trauma psicológico, y los monjes de Kumasi Ghar buscarán entre las niñas de la comarca a la joven en la que ha decidido encarnarse ahora la sanguinaria Kali.
Poliandra, castas y cremaciones
Una de las cosas más maravillosas de viajar, son las constantes lecciones de humildad que nos enseña la audacia de aventurarnos, sin permiso, en las tradiciones y creencias de otras culturas…Sobretodo porque, con mucha frecuencia, esas tradiciones y creencias contrastan frontalmente con las nuestras.
Las carreteras de Katmandú estaban siendo vigiladas por tropas armadas a causa de las revueltas maoístas contra el gobierno del Rey Gyanendra, sin embargo pudimos transitarlas sin demasiadas complicaciones, admirando, con ojos curiosos de viajero, todos los paisajes y gentes que desfilaban ante nosotros, mientras abandonábamos momentáneamente la capital para visitar otros emplazamientos budistas e hinduístas del pequeño país: apenas 147.181 kilómetros cuadrados, y 26 millones y medio de personas. Los hindúes forman el 86,2% de la población, los budistas el 7,8% y los musulmanes el 3,8%. Los cristianos son medio millón, de los que seis mil son católicos.
A pesar de las dos etnias fundamentales, tibetanos e indonepalíes, en Nepal conviven hasta 35 grupos étnicos diferentes. Y nos asombra, fascina y a algunos hasta escandaliza, descubrir que en aquellas montañas sagradas, las mas altas del planeta tierra, en aquellos fastuosos palacios hinduístas, en aquellos apacibles y espirituales templos budistas… persisten tradiciones oficiosas como el sistema de castas. La forma de fascismo más antigua del planeta.
Algunos oficios, considerados por algunos asiáticos especialmente denigrantes, como zapatero, son reservados a la casta de “los intocables”, que incluyen en su alimentación dietas reservadas a los parias, como carne de vaca muerta accidentalmente.
Además en Nepal, como en otros muchos puntos de Asia, se practica la poliandría. Una mujer puede mantener relaciones con varios varones, normalmente hermanos de su primer esposo, ya que los núcleos familiares son el eje social de la mayoría de esas etnias del Himalaya. Es una forma de supervivencia ya que a diferencia de otros países en los que existe la poligamia, la poliandría limita la superpoblación, y solo la mujer sabe de quien de “sus hombres” es cada hijo…
Pero sin duda una de las imágenes mas duras y gráficas de esos contrastes espirituales con el mundo judeocristiano, lo supone el tratamiento de sus muertos…
Patan, antigua capital del Nepal, es conocido también como “la ciudad de los mil tejados de oro”. Allí el viajero puede contemplar la maravilla del Templo de Oro, que recibe ese nombre debido a que sus techos fueron construidos con placas de bronce dorado; o el Maha Buda, conocido como Templo de los mil Budas, construido en el siglo XI. Pero si realmente quiere conocer la verdadera espiritualidad nepalí, por duras que sean sus practicas, debe visitar el río sagrado Bagmati, afluente del Ganges, y sus escalofriantes Ghats.
Al igual que ya habíamos visto en Benarés, a orillas del sagrado río Ganges, en los Ghats se reúnen los creyentes para realizar su baño diario en las aguas de los ríos sagrados; para orar a sus dioses; para consultar a los adivinos y curanderos que acuden a esos lugares en busca de una limosna, cuanto mas generosa mejor… Pero en los Ghats también se erigen los crematorios donde se queman los cadáveres, para luego arrojar sus cenizas al río…
En Benarés habíamos tenido que trepar hasta las azoteas de algún edificio cercano en plena noche, y utilizar potentes teleobjetivos para poder fotografiar los crematorios de cadáveres sin escandalizar a las familias de los difuntos, poco amigas de las cámaras. Sin embargo en las orillas del Bagmati las cremaciones de cadáveres se hacen a plena luz, y con un exhibicionismo casi escandaloso. El olor a carne humana quemada se mezcla con las especias, las frutas y el rocío, provocando todo tipo de sensaciones en los turistas mas audaces que se atreven a asistir aquella cruda expresión de fe.
Lejos de la pompa funeraria judeocristiana, de los costosos velatorios, el distanciamiento de esa realidad biológica y muchas veces la hipocresía con que se enfrenta un occidental a la muerte, los crematorios de cadáveres hinduístas suponen un ejemplo de sentido practico y a la vez inflexible expresión de una tradición ancestral que pudimos plasmar a placer con nuestras cámaras.
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