En marzo de 1994 el presidente Bill Clinton visitaba Haití para presidir el "cambio de guardias" de las tropas norteamericanas por las de la ONU en el país. Mas de 4000 haitianos se dieron cita en la Plaza del Palacio Nacional de Puerto Príncipe para asistir al acto encabezado por el presidente Jean-Bertrand Aristide, repuesto en el poder de Haití con la intervención de 20.000 soldados norteamericanos en octubre de 1994.
Cuando el presidente norteamericano terminaba su discurso sobre la intervención militar en la isla caribeña, una paloma blanca se posó junto a su micrófono, lo que produjo que miles de personas estallase en gritos y aplausos ante tan diáfana "señal de aprobación" de los dioses. Los loas haitianos habían aceptado a Clinton. Y con esa "inocente coincidencia" miles de ellos dejaron a un lado su rencor por el nuevo invasor blanco, acatando los deseos de los dioses. Y es que el vodú es el principal poder en Haití. Y nadie osará contrariar los deseos de los loas, o lo que se interprete como dichos deseos.
Desde el dictador Duvalier, hasta el General Cedras, ningún dirigente haitiano se ha atrevido a descuidar la todopoderosa influencia de la magia y religión en Haití, y el presidente Aristide no es una excepción. A pesar de haber sido sacerdote católico, el 19 de julio y tras haberse entrevistado con varios houngans (sacerdotes) y mambos (sacerdotisas), anunciaba oficialmente la construcción de un gran templo en la capital. De esta forma Aristide igualaba la religión vodú a otras religiones, al otorgar a sus seguidores una "catedral" equiparable a las iglesias bautistas, los templos masones, o las parroquias católicas que abundan en Haití.
Cualquier turista puede disfrutar en Haití de las playas caribeñas de Cabo Haitiano, de paisajes tropicales como los de Hinche, de monumentales ciudades como Jacmel o de las cálidas aguas del Lago Enriquito, pero si quiere comprender la esencia, sentimiento e historia del pueblo haitiano, deberá dejar a un lado sus prejuicios occidentales y sus esquemas racionales, para adentrarse en el abstracto e impredecible mundo de la magia. Una ruta alternativa para viajeros audaces dispuestos a enfrentarse a lo irracional, lo incomprensible y lo inenarrable.
Las rutas de la aventura
La isla de La Española acoge dos países con muchas diferencias y pocas similitudes. Dos terceras partes de la isla son la República Dominicana, donde los herederos de una colonia española intentan construir una sucursal europea abierta a un turismo sereno, que busca la armonía de las palmeras y las playas del Caribe. El tercio restante es Haití, la primera república negra del Nuevo Mundo que arrebató su libertad a los colonos franceses a golpe de machete y cuchillo. El país más pobre de América y uno de los más mágicos del mundo.
Los vuelos desde España no llegan a Haití. Una vez en los aeropuertos dominicanos de Puerto Plata o Santo Domingo, el viajero puede optar entre tres posibles medios de transporte para llegar a Haití. Un avión a Puerto Príncipe, las guaguas dominicanas o haitianas, o alquilar un coche y aventurarse en las destartaladas carreteras de La Española. Evidentemente la tercera alternativa es la más recomendable para los viajeros audaces que deseen empaparse en el espíritu y la cultura del país.
Ya en carretera los más prudentes optarán por cruzar la República Dominicana en dirección a Puerto Príncipe por el sur. Dejando atrás Santo Domingo, San Cristobal y Bani, circularán por buena carretera para entrar en Haití, bordeando el hermoso lago Enriquito, por la frontera de Gemaní. Cuatro horas desde Santo Domingo hasta Gemaní y una hora más hasta Puerto Príncipe llenas de vistas y pueblos típicos y tópicos, en los que notaremos un oscurecimiento gradual de la piel de los nativos, y un acento cada vez más afrancesado a medida que nos acerquemos a Gemaní.
Pero los más audaces pueden aventurarse por la carretera del norte, una travesía digna del Camel Tropy que paradójicamente han bautizado como "la internacional". El engañoso título no se refiere a una cómoda y moderna autopista, sino a una dura carretera de tierra, barro y polvo, que cruza ríos, montañas y valles marcando la frontera entre Haití y República Dominicana.
Muy recomendable es utilizar todoterrenos en esta alternativa de viaje, de lo contrario más de una vez habrá que sacar los coches del barro a golpe de músculos y palancas.
Nueve horas y media de aventura separan Puerto Plata de Elías Piña, frontera haitiano-dominicana. En este caso el viajero debe apañárselas para llegar a "la fortaleza" (cuartel de la policía/militar) de Santo Pacheco antes de las 6 de la tarde, hora límite para recoger el pase que deberá presentar en los cuatro controles militares, y entregar en Pedro Santana para que le autoricen a seguir viaje. Entre ambos pueblos 60 kilómetros de infernal carretera que, con suerte, cruzará en unas cuatro horas. Esto supone un buen entrenamiento para lo que le esperará en las "carreteras" haitianas.
En Elías Piña el viajero podrá hospedarse en uno de los dos hoteles del pueblo. Por muy poco dinero encontrará una habitación, naturalmente sin agua caliente (a veces ni fría) ni electricidad salvo por algunas horas al día. Es una buena manera de adaptarse al cambio de cultura que le espera tras la frontera. Los mismos dominicanos se refiere a Haití con manifiesto racismo como "país de negros primitivos, supersticiosos y salvajes". La todopoderosa influencia de las iglesias cristianas -fundamentalmente evangélicas- en República Dominicana ha alentado la repulsa de los dominicanos por la magia del país y sus "salvajes ritos paganos" (?).
En la frontera de Elías Viña debemos cambiar de medio de locomoción. Los coches de alquiles dominicano no pueden entrar en Haití, y se presenta una nueva opción, de nuevo solo recomendable para los viajeros intrépidos: los motocochos. Motoristas haitianos que se ponen a disposición del viajero para transportarle por todo el país a través caminos que no aparecen en los mapas, cruzando selvas, ríos y cualquier obstáculo que se ponga por delante. Con frecuencia la "velocidad de crucero" no sobrepasará los veinte kilómetros por hora, sobretodo por los pinchazos, roturas de cadena, o simplemente por que la noche nos pille en ruta y, como es de esperar, el faro de la moto no funcione y el piloto conduzca con la única luz de las estrellas. Pero sin duda, esta es la mejor forma de conocer de cerca, muy de cerca Haití. Sobretodo si algún derrape termina con los huesos del viajero en el impío suelo.
A solo diez minutos de motoconcho desde la frontera de Elías Piña nos encontramos con uno de los hounfor -templo vodú- más importante de la región este, la casa del houngán Manuel Sánchez Elié.
Mezclando el creole -idioma haitiano de origen francés- con el dominicano, Elié nos introducirá en su religión. En uno de sus rituales compartimos banquete con importantes políticos, militares y otras personalidades haitianas y dominicanas. Una patrulla de marines norteamericanos, el Gobernador de Cachimán, el ex-alcalde de Elias Piña y varios altos mandos del ejército dominicano asisten con nosotros a un típico ritual.
Ritmo frenético de tambores. Danzas convulsivas. Cantos y letanías que suenan a tierras de Africa.
Comentarios
Publicar un comentario