“Lo más fácil es engañarse a sí mismo; porque el hombre generalmente cree que lo que desea se puede hacer realidad”
Olynthiaca, nº III, sec.19, DEMOSTENES
Teatro Caesars Palace, en Las Vegas (USA), l990. David Copperfield, el mago que hizo desaparecer la Estatua de la Libertad y atravesó la Gran Muralla China, realiza un impactante truco. Tras convertir su brillante sonrisa en un solemne rictus de concentración, separa unas cabezas de sus cuerpos, pero en esta ocasión, el lugar de ser una hermosa joven serrada dentro de una caja, decapita un pato y una gallina. Rápidamente vuelve a colocar las cabezas en su sitio pero, oh sorpresa, coloca “erróneamente” la del pato al cuerpo de gallina y viceversa... el público, primero asombrado y luego divertido, rompe en aplausos. Un instante después, Copperfield invierte el proceso, y la gallina y el pato recuperan sus cabezas concluyendo el número.
Cuatro mil quinientos años antes, el mago Dedi realizó este mismo truco ante el Faraón Keops (el constructor de la legendaria Gran Pirámide de Gizeh), tal y como recoge el Papiro Wetscar, conservado actualmente en el Museo de Berlín, probablemente el primer texto mágico de la historia, y en el que se inspiró Copperfield para desarrollar su truco en Las Vegas. Los egipcios, según muchos historiadores de la magia, fueron probablemente los descubridores del arte de la ilusión. Algunos jeroglíficos en Beni-Hasan, o los relatos bíblicos sobre los prodigios de Moisés, que eran imitados por los sacerdotes del Faraón, así parecen sugerirlo.
Y es que tal vez sea la magia, y no otro, el oficio más antiguo del mundo, ya que, desde que existe la humanidad, el hombre ha tenido la capacidad de crear ilusiones, bien para entretener o bien para engañar a sus semejantes.
Desde los caldeos hasta los antiguos griegos, utilizaban ingeniosos sistemas y complicados trucajes para crear ilusiones, que primero fueron utilizadas para reforzar las creencias del pueblo, y mas tarde para divertirle.
A Herón de Alejandría debemos la descripción de algunos de los mecanismos hidráulicos que ocultaban los templos griegos y provocaban, entre otros prodigios, que en el altar a los dioses surgiese “espontáneamente” el fuego.
Otros, como Aristófanes, develaron como ese mismo efecto mágico era utilizado por prestidigitadores y charlatanes callejeros para embelesar a sus respectivas audiencias. Mas tarde, algunos de esos “secretos litúrgicos” fueron empleados en las escenografías de las tragedias de los dioses de Eurípides. Pero esa irrupción de los “secretos mágicos” totalmente desacralizados en el teatro griego se produce en el siglo IV, en un contexto histórico crítico en que los misterios dionisiacos comienzan a desaparecer, franqueando el paso de la prestidigitación y el ilusionismo, de los templos a los teatros. De esta forma, con magos como Teodoro o Euricles, nace eso que llamamos “ilusionismo”.
En el medievo los “ilusionistas” no estaban muy bien vistos, probablemente por la jerarquía eclesiástica, es decir, el poder, no veía con buenos ojos el mundo de la hechicería y la brujería, con la que indiscriminadamente se identificaba a todos los “hacedores de prodigios”. Recordemos que en aquellos tiempo fueron escritos algunos de los Grimorios e Inquiridiones (tratados de Magia Negra) más famosos de la historia, redactados muchos de ellos, por sacerdotes o monjes. Hasta un punto tal que, en el siglo VII Teodoro escribió:
“Si pertenece al clero y quiere hacer trucos de mago, debe ser eliminado”.
Más aún, en el siglo XII se sentenció –como cita el mago John Robert Clarke en su prologo a un libro del mentalista John Booth:
“Aquel que es mago por vocación y no tenga éxito tendrá una pena de dos años. Si lo tiene, será de cinco años”.
“Si pertenece al clero y quiere hacer trucos de mago, debe ser eliminado”.
Más aún, en el siglo XII se sentenció –como cita el mago John Robert Clarke en su prologo a un libro del mentalista John Booth:
“Aquel que es mago por vocación y no tenga éxito tendrá una pena de dos años. Si lo tiene, será de cinco años”.
No es hasta el siglo XVI que se publica el primer libro monográfico sobre ilusionismo. Se titulaba “The Discoverie of Witchcraft” (“Descubrimiento de la Brujería”), de Reginald Scot. En ese histórico libro Scot explica por primera vez muchos trucos mágicos con naipes, cuerdas o monedas, y desmitifica algunos de los supuestos poderes mágicos de charlatanes y estafadores, que decían poseer capacidades sobrenaturales. Entre los trucos que Scot revela se encuentra, como no, el de la decapitación del pollo de Dedi ante el faraón Keops.
Paradójicamente, tras la publicación del desmitificador libro de Reginald Scot, aumento de forma considerable el número de ilusionistas y magos ambulantes, que actuaban por las calles de pueblos y ciudades, embelesando al público con sus chanzas. La mayoría de las compañías de teatro y entretenimiento contaban en sus filas con un juglar que practicaba la prestidigitación.
En el siglo XVIII los actores comenzaron a realizar sesiones en las mansiones de los ciudadanos más acomodados. Entre aquellos primeros magos de salón cabe destacar a Isaac Fawkes, quien terminó acumulando una gran fortuna gracias a sus actuaciones en las fiestas privadas de políticos, empresarios y gobernantes. En aquellos tiempo el arte de la prestidigitación (palabra de origen latín que significa “rapidez de manos”) comenzó a ganarse a pulso el prestigio y reconocimiento, como arte de entretenimiento, que actualmente goza, dejando de ser un instrumento de manipulación supersticiosa.
En el siglo XIX el ilusionismo vivió su madurez, y se consolidó como el gran espectáculo que hoy conocemos. Pioneros como Androletti, Jonás o Antonio Carlotti, fueron los primeros magos de escenario, propiamente dichos, y a mediados de ese siglo Charles Morton abrió el primer Teatro de Variedades en el que el gran público, previo pago de su entrada, podía asistir a los primeros espectáculos de magia y prestidigitación de masas. Hasta entonces los teatros de variedades eran simples salas habilitadas en casas particulares.
El 1840, Dobler, un físico alemán, ideó una representación que supuso el inicio del desarrollo moderno del arte de la prestidigitación. Contenía, en efecto, las misma diversiones y juegos de manos que se han hecho tan populares y familiares para todos nosotros en la actualidad. Y tras el, célebres pilares de la historia del ilusionismo, como Wiljalba Frikell, Herrmann, Buatier de Kolta o J.E. Robert Houdin, de quien tomaría el apellido años después el mago mas famoso de la historia, Harry Houdinni.
MEDIUMS, MAGOS Y MENTALISTAS
Pero en aquellos años, concretamente hacia 1850, surge un nuevo movimiento cultural; el espiritismo. En pocos años la fiebre de los médiums y el contacto con el más allá se extiende por Europa y América y los ilusionistas entablan una guerra feroz con los médiums espiritistas para intentar demostrar que todos sus supuestos prodigios son fraudes mágicos, y además para superar dichos efectos. Lo que todavía hoy muchos teóricos del espiritismo o de la parapsicología consideran como las “mejores pruebas” de la realidad de las manifestaciones espirituales, hace décadas fueron reproducidas fraudulentamente por los ilusionistas. Un buen ejemplo son los famosos “moldes y vaciados”. Esta “evidencia del mas allá” se producía cuando en una sesión espirita se colocaba un recipiente con yeso o sustancia similar y se pedía al espíritu (siempre a oscuras) que introdujese una mano en el recipiente, se materializase y, una vez endurecida la escayola o yeso, se desmaterializase para dejar un molde de la mano. Lógicamente si la extremidad fuese de un humano, no podría quitarla del yeso sin dañar la zona de la muñeca, que es mucho menor que el ancho de la mano. ¿Cómo podían hacerlo? Fácil. Utilizando un guante de goma. Bastaba introducirlo hinchado con aire en el molde, impregnado en aceite o vaselina. Una vez duro el yeso bastaba expulsar el aire y sacar el guante vacío por la estrechez de la muñeca.
Muchos ilusionistas, como el mismísimo Harry Houdinni, iniciaron una cruzada llevada a desenmascarar a todos los médiums, videntes y adivinos fraudulentos. Pero, en contrapartida, algunos prestidigitadores descubrieron que era mucho más lucrativo convencer al publico de sus contactos con los espíritus, que dedicarse al entretenimiento de escena. Y todavía hoy podemos leer en la bibliografía parapsicóloga y espiritista, los nombres de viejos ilusionistas y mentalistas que se hicieron pasar por médiums o videntes, y que todavía hoy son considerados como tales por los defensores de lo paranormal.
Cuando un mago realiza efectos de telepatía, espiritismo o levitación, la diferencia entre un charlatán y un ilusionista, es que el primero afirma poseer poderes sobrenaturales, mientras que el segundo se limita a entretener a su audiencia con hábiles ejercicios técnicos.
Sin embargo la historia del ilusionismo esta repleta de tristes ejemplos en los que un mago, se deja seducir por la aureola de mitificación que rodea a los grandes gurús, afirmando o dejando creer a su publico, que en realidad es un ser sobrenatural dotado de capacidades paranormales. Esa es la frágil línea divisora entre el entretenimiento y el fraude.
En los años 20 el excepcional mentalista Joseph Dunninger embriagó de ilusiones a millones de norteamericanos con sus efectos mágicos. No solo en sus espectáculos teatrales, conferencias y demostraciones públicas, sino a través de un sensacional programa radiofónico en la Blue Network de la NBC, Dunninger “leía” el pensamiento a distancia, para perplejidad del público. ¿Poderes psíquicos?, en absoluto.
EL MAGO-VIDENTE
Joseph Dunninger, que se consideraba a si mismo “el psíquico y adivinador de pensamiento mas grande del mundo”, nació en Nueva York el 28 de abril de 1892. Hijo de un sastre alemán, desde niño se sintió fascinado por el mundo de la magia, y a los siete años de edad una logia masónica newyorkina lo contrató con el nombre de “Maestro Joseph Dunninger; el niño mago”. A los veinticinco trabajo durante un año en el Museo Edén, alternando sus actuaciones con su trabajo en la tienda Wanamaker. En el 26, lidero los circuitos Keith-Orpheum de los teatros de vodevil con sus trucos de telepatía.
Su aspecto solemne, su poderosa inflexión de voz, su impecable frac, y su excelente puesta en escena lo hacían un “dotado” sumamente convincente, tanto que llego a encandilar al magistral Howard Thurston, el mas famoso mago del mundo entre 1908 y el día de su muerte, el 13 de abril de 1936. Thurston terminó de impulsar la carrera de Dunninger, al ofrecerle la dirección de una de sus compañías subsidiarias que recorrían el país. Pero Dunninger era mucho mas que un simple prestidigitador. Sabía que, en aquellos años de floreciente movimiento espiritista, era mucho mas lucrativo, y producía más titulares de prensa, el mentalismo que hacer aparecer conejos de un sombrero. E ilusionistas de todo el mundo observaron consternados y desilusionados como uno de sus propios artistas reclamaba para si los poderes psíquicos que ellos intentaban desenmascarar en los médiums fraudulentos. A pesar de su incuestionable talento, muchos magos consideran a Dunninger un traidor a la honestidad del ilusionista, que debe entretener, y no manipular las creencias de su publico.
Paradojas del destino, Dunninger llego a ser nombrado presidente del Comité de Investigación Psíquica de la revista Science and Invention, dedicándose a desenmascarar videntes y médiums falsos, mientras él afirmaba poseer genuinos poderes. La revista llego a ofrecer un premio de diez mil dólares al médiums que pudiese demostrar que no era un fraude, y algunos estafadores, mas ambiciosos que prudentes, como el italiano Nino Pecoraro fueron desenmascarados durante las pruebas de la Science and Invention. Curiosamente tampoco Dunninger obtuvo nunca el premio.
Y por fin, su fama se consagró cuando en julio de 1929 comenzó a emitir un programa de radio llamado “Horas de fantasmas” en la emisora WJZ de Nueva York. En pocos meses llego a la NBC y desbancó a todos los demás magos, médiums o locutores del país con su programa. Comenzó giras de actuaciones en solitario, cobrando sumas elevadísimas, y fascinando al publico con sus ejercicios de mentalismo. Algunos de sus trucos, como la lectura “telepática” de preguntas escritas en tarjetas de papel todavía son realizadas actualmente tanto por prestidigitadores como por falsos videntes.
Uno de esos efectos, mágicos con papeletas es tan elemental como impactante: el efecto de “El centro roto”. El mago pide al espectador (o el vidente al consultante) que escriba secretamente su pregunta exactamente en el centro de una hoja de papel. Muchos magos ya han dibujado previamente en la hoja un circulo donde debe escribir su pregunta el publico. Después pide al espectador (o consultante) que doble la hoja por la mitad, y vuelva a doblarla de nuevo. Inmediatamente el mago toma esa hoja doblada en cuatro partes y comienza a romperla. Seguidamente coloca sobre un cenicero o recipiente los trozos y les prende fuego. Mientras el papel se quema, el mago adquiere un rictus solemne y comienza a responder a la pregunta como si la hubiese leído telepáticamente en la mente del consultante o en las llamas. En realidad lo que ha hecho al cortar el papel es quedarse con el trozo central en la mano y quemar el resto. Después solo tiene que abrir ese pequeño trocito de papel, que es en el que se encuentra la pregunta, bajo la mesa o tras un biombo, y echarle un poco de imaginación.
El mentalista argentino Ricardo Schiariti, que ha conseguido fama internacional, llegando a editar libros y discos con sus consejos “espirituales”, se presentaba como un auténtico videntes y curandero. Schiariti utilizaba el truco del “Centro Roto” , que hacia pasar por Percepción Extra-Sensorial. Desenmascarado por el autor se vio obligado a cerrar las consultas que había abierto en Madrid y Málaga, donde asombraba a sus clientes con sus “poderes clarividentes”. Y es que, en el mundo mágico, no basta “verlo para creerlo”.
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