Cuando un joven, con esa encantadora ingenuidad de la adolescencia, se acerca al mundo del misterio, lo hace con el mismo candor impecable con que algunos niños/as quieren ser enfermeras, bomberos o misioneros “cuando sean mayores”. Con pasión y avidez se consumen las “pagas del domingo” en revistas esotéricas y libros sobre ovnis; normalmente de segunda mano porque el presupuesto no da para las novedades, a menos, claro está, que se trate de lo último de Benítez, Ribera, Del Oso, o alguna otra “gran celebridad” del mundo paranormal. Cuyas obras son devoradas de un tirón, robándole horas al sueño y ese examen de matemáticas que deberíamos estar preparando, en lugar de empollarnos la vida y obra de Allan Kardec, o las aventuras de los ummitas en la tierra.
Algunos adolescentes, por absurdo que parezca, llegan a mitificar de tal manera a los investigadores de lo paranormal, que sustituyen en sus carpetas escolares (y en los casos más graves en los posters de su habitación) el rostro de Silvester Stallone (sienta o no las piernas) o el último concierto de las Spice Girls (en mi época era AC/DC), por las fotos de algún avezado astro-arqueólogo al pié de la Gran Pirámide, o de algún “reportero de lo insólito” posando junto las Caras de Bélmez. Para esos jóvenes, los investigadores de lo paranormal no son meros mortales que intentan descubrir respuestas a algunos enigmas científicos, sino una especie de cruce genético entre Indiana Jones y el agente Mulder, cuya honorabilidad se presupone incuestionable.
Vana presunción…
Todos fuimos jóvenes, y en mayor o menor grado, pasamos por esa dulce mitomanía. Yo aún recuerdo, cuando la paga semanal no permitía una grabadora en el presupuesto, la inenarrable emoción que sentía, armado con una linterna en los dientes para poder tomar notas parapetado bajo las sábanas (mis padres -como cualquier padre- no aprobarían que robase horas al sueño para escuchar “tonterías esotéricas”), mientras escuchaba embelesado el “Media Noche” de Antonio José Alés, “En el Filo de la Navaja” de Enrique de Vicente, o “Espacio en Blanco” de Miguel Blanco…
Conservo aún aquellos cuadernos escolares llenos de apresuradas anotaciones, con las que intentaba inmortalizar en mi incipiente archivo personal, aquellas extraordinarias revelaciones que los invitados de aquellos legendarios programas hacían en cada entrevista, antes de que se diluyesen en las ondas hercianas… Exactamente lo mismo ocurría con los programas de TV.
Yo aún no tenía vídeo cuando el Dr. Jiménez del Oso me hipnotizaba frente la pantalla, domingo a domingo, en su Puerta del Misterio. Hoy, con la perspectiva de los años, me siento un poco ridículo al rescatar de esos viejos cuadernos escolares, dibujos garabateados con frenesí, intentando reproducir las reconstrucciones gráficas que ilustraban los casos que presentaba el Dr. del Oso.
Gracias a Dios teníamos un Antonio Ribera, un Antonio José Alés, un Enrique de Vicente, un Prof. Darbó, etc., que, como una especie de cruzados de la “Verdad”, luchaban contra el Sistema para rescatarnos de nuestra ignorancia, y de la manipulación de los poderes establecidos…
En aquellas conferencias, en las que tenía el privilegio de escuchar, cara a cara, a aquellos grandes monstruos del conocimiento paranormal, pensaba que podría encontrar las grandes respuestas, a los grandes enigmas, además de obtener -si había suerte- el autógrafo de aquellos héroes del misterio, dedicándome su último libro. Y como yo, aún hoy, quince años después, la mayoría de los jóvenes aficionados a lo paranormal, acuden a los congresos y seminarios paranormales con la ingenua creencia de que van a encontrar allí la Verdad que ansían. Como si alguien poseyese esa Verdad, y menos aún, pudiese ofrecerla en una conferencia ilustrada con diapositivas… Y todavía hoy continúan pidiendo autógrafos, como si estuviesen ante la selección española de fútbol, o ante los Rolling Stones… claro que el garabato de Butrageño o de “Morritos Jager” en una servilleta de papel, es un fetiche tan absurdo -o tan digno- como el de cualquier cazador de misterios…
Y entonces, aquel idealista y mitómano adolescente se percata de que las revistas comerciales esotéricas son eso, revistas comerciales, y como tales deben producir beneficios, o de lo contrario desaparecerán, como desaparecieron aquellas históricas Telepsiquia, Paraciencia, Espacio y Tiempo o Mundo Desconocido. Y los programas de radio deben generar beneficios (o al menos no pérdidas) a sus respectivas cadenas. Y los congresos deben generar ingresos para costear los gastos y los consabidos “cachés” de los conferenciantes… exactamente igual que en cualquier otro campo profesional.
Uno se responde a sí mismo al percatarse de que la comercialización del misterio es la misma, o menor aún, que la que se produce en otros campos de la cultura occidental. ¿No es la medicina la profesión más hermosa que existe en el universo? ¿Y no es cierto también que los grandes cirujanos amasan fortunas millonarias? ¿Y no es cierto acaso que un indigente enfermo de los ojos está condenado a la ceguera, por no poder costearse la operación que le repondría la vista? ¿Significa eso que la medicina es sólo cosa de quien puede pagársela? ¿Sería lícito condenar a nuestros médicos como charlatanes embaucadores por no dedicarse al oficio más trascendental del mundo de forma absolutamente gratuita? Por supuesto, la respuesta es no.
Y uno se contagia de aquel desencanto, porque descubre que aquellos fantásticos relatos nocturnos, que creía informes sobre auténticos casos reales, eran solo eso, relatos fantásticos. Al menos para su autor, que se justificaba con un “a mi edad, no me voy a poner a hacer radio deportiva, y esto me da para vivir”. ¿Quién puede reprochar esa actitud?
Y casi con idénticas palabras que el radiofónico Alés le espeta en el alma esa terrible confesión. El “Teacher” tampoco cree en las posesiones, ni en la hipnosis, ni en la parapsicología, ni en os ovnis “ni creo en nada de eso, pero a mí me da para vivir…”. ¿Puede alguien cuestionar esa lícita actitud? Si un profesional trabaja por lo mismo que trabajan todos los profesionales de todos los oficios -por dinero-, quien esté libre de pecado (y no acuda a su empleo por el sueldo) tire la primera piedra. Sin embargo, que sea lícito no evita que para un ingenuo adolescente, que piensa que los “grandes del misterio” se creen lo que dicen, resulte descorazonador.
En los últimos 3 meses (abril, mayo y junio de 1998) la revista AÑO CERO ha dedicado 2 portadas y 3 reportajes centrales a Egipto ¿a qué obedece ese repentino interés por cuasi-especializarse en los misterios faraónicos? ¿Acaso se han producido algún descubrimiento trascendental en el país de las pirámides que merezca tal monopolización de contenidos en la revista de Enrique de Vicente? Al leer los artículos, todos ellos firmados por D. Manuel José Delgado, se sorprende al reconocer los mismos contenidos y fotografías que el autodefinido “piramidólogo más famoso de Europa” (sic) ya había publicado en otras revistas como MÁS ALLA y ENIGMAS o, según afirman algunos egiptólogos (licenciados de verdad, y no pirámidólogos de “Todo a 100”) simplemente ha plagiado. (Por mi parte sugiero la lectura del artículo sobre La Gran Pirámide publicado en la Revista de Arqueología nº 179 -marzo l996- y superponerlo con el último artículo de Delgado en AÑO CERO antes citado).
¿Por qué entonces esa ingente dedicación de páginas a fomentar los misterios egipcios? ¿Acaso Delgado consiguió engañar a De Vicente para plagiar sus propios textos volviendo a cobrarlos (cosa que me parecería muy lícito en un investigador independiente que deba costearse sus trabajos)?. No, la respuesta, decepcionante, se encuentra en las páginas 35 del número 95, y 63 del número 94. Todo ese despliegue “informativo” (yo diría desinformativo) dirigido a fomentar una imagen esotérica, misteriosa y pro-extraterrestre de Egipto es en realidad una excelente operación de marketing. Se trata de popularizar la imagen de Manuel Delgado y crear la expectativa en los lectores de AÑO CERO, para fomentar deliberadamente su interés por Egipto, con objeto de vender un “viaje iniciático” a la tierra de las pirámides.
Al indagar en la agencia de viajes Bidón, que gestiona este lucrativo reclamo, la Sta. Noemí no informará muy amablemente de como, de la mano de Manuel Delgado, por solo 211.000 pesetas por persona (algo más si queremos pensión completa en el viaje) podremos conocer los secretos de Egipto, y “hacer trabajos de meditación, captación de energías y limpieza de chakras…” (sic).
Me pregunto yo ¿cómo alguien que pretende presentarse como un “egiptólogo científico” limpia chakras y capta energías sutiles en las pirámides…? Responderé próximamente a esta pregunta.
Durante todo 1997 Delgado dirigió un programa radiofónico en la Cadena Radio VOZ titulado “La Guerra de los Mundos” en el que no incluía cuñas publicitarias, por las que debería ceder a la cadena su porcentaje, sino que dedicó el programa a fomentar, semana a semana, la leyenda del Egipto esotérico y mágico, para posteriormente comercializar viajes iniciáticos a Egipto e Israel, sin tener que pagar a Radio VOZ la publicidad encubierta. Tan bien funciona este poco conocido negocio esotérico, que, según anuncia AÑO CERO, a partir de este año se amplia la oferta de viajes iniciáticos a Perú. ¿Resulta lícito este negocio millonario a costa del pasado? Por supuesto que sí. Al fin y al cabo el Museo del Cairo y todo el negocio turístico de Egipto mueve sumas mayores de dinero. Pero hay sólo una diferencia: el móvil del viaje.
Y, por desgracia, un porcentaje de los individuos que acuden a los viajes “iniciatico-esotérico-faraónicos” de Manuel José Delgado, podrían encajar en esa categoría. Nadie en su sano juicio pagaría 40, 50 o hasta 60.000 pesetas más sobre el precio real del viaje turístico, para que le limpien los chakras y le hagan revolcarse por los suelos para captar las energías telúricas... Naturalmente un ataque de histeria en lo alto del Valle de los Reyes, a cargo de un fanático esotérico, al recordarse la reencarnación de Tutankamon, no es más peligroso, aparentemente, que los ataques de histeria de cualquier hincha del Real Madrid en un final de liga… claro que uno ya sabe a que extremos puede llegar el fanatismo en el fútbol…
Asociaciones como ARP que, al menos, sólo estafan presupuestos universitarios (eso sí, más lucrativos que cualquier congreso esotérico) haciéndose pasar por “escépticos expertos en lo paranormal” para defender el dogma pseudo-científico gracias al sensacionalismo comercial de quienes aseguran cosas como que “mi descubrimiento de la Cámara Secreta de La Gran Pirámide podrá darme el premio Novel” (cita textual de Manuel Delgado); que “en Gerona dos matrimonios capturaron a un “pitufo” que se subía a los bafles de la radio” (sic.) Como dice el Prof. Darbó, etc. Pero eso no es importante. Al fin y al cabo lo peor que puede ocurrir es que tengamos que soportar las críticas (en este caso merecidas) de los negativistas profesionales, que podrán acusarnos de utilizar el misterio sólo como un lucrativo negocio.
Mitos como el de los faraones reencarnados en cada viajero a Egipto, o fantasmas del Palacio de Linares proclamando auténticos discursos interminables (dignos del Comandante Castro) en sospechosas psicofonías, encierran serios peligros. Por supuesto una mente medianamente racional no se dejará influir por esas fantasías (probablemente ni siquiera se dejará influir por la esotérica publicidad de los viajes iniciáticos a Egipto, ni por los cassettes comercializados con las psicofonías del Palacio de Linares), pero ¿y si no es una mente racional la que consume esos productos? ¿Y si se trata de un maniacodepresivo? ¿O de un místico? ¿O de un visionario similar a los adeptos a la Puerta del Cielo de California, a los Davidianos de Wacco o a los Templarios Solares de Francia?
Existen tantos misterios reales, o al menos no demostradamente falsos, que no es necesario alentar más mentiras. Considero lícito -y es sólo una opinión personal, como todas las reflexiones en voz alta de este texto- la profesionalización de la divulgación de estos temas (aunque también la considero casi imposible), pero debemos ser extremadamente cautos en ese proceso.
A lo mejor hasta le pagan mil o dos mil duros con los que amortizar el dinero invertido en el autobús, la pensión, o los carretes de fotos y cintas que ha utilizado en su humilde investigación. Después llegarán los grandes reportajes a todo color, las entrevistas en radio y televisión, y ese apostolado ingenuo de unos misterios que aún considera de trascendental importancia para la humanidad. Mas tarde dará sus primeras conferencias, donde docenas de ojos clavados en él escucharán atentos sus palabras, y tal vez otros apasionados por el misterio, más jóvenes o más ingenuos que él, también fomentarán su ego pidiéndole autógrafos o hasta hacerse una foto juntos… Y de no estar constantemente atento a sus emociones, un día descubrirá que su importancia personal ha restado relevancia a aquella cuestiones que antes eran fundamentales; el más allá, el universo, o la mente, que le hicieron iniciarse en la investigación, y ahora han dejado paso al dinero y la fama que pueden reportarle afirmaciones (cuanto más dogmáticas y sensacionales mejor) sobre los extraterrestres, la reencarnación, o la limpieza de chakras en Egipto.
Yo creo que no, por eso, tras sentir la tentación de publicar estas reflexiones bajo seudónimo, sabiendo las enemistades que me acarrearán con algunos “intocables”, creo que sería como caer en lo que estoy criticando, aunque de esa forma no me vetasen en las revistas o congresos que estoy cuestionando.
Mi nombre es Manuel Carballal y, por supuesto, yo también he sido tentado por la importancia personal y la comercialización del misterio. Ojalá, si algún día mi ego o mi ambición me hacen caer en esas tentaciones, algún otro joven e ingenuo investigador sea capaz de denunciar esa situación, como yo lo hago ahora, con la mejor de las intenciones. Porque no se trata sólo de un producto comercial, sino que nuestras palabras forman la opinión y pueden condicionar las creencias de las personas que realmente creen lo que decimos. Y debemos ser muy amigos de Platón, pero deberíamos ser más amigos de la Verdad…
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