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¿QUIÉN FUÉ CARLOS CASTANEDA?

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EGIPTO: LAS MÁQUINAS IMPOSIBLES DE ABYDOS



Sería una vana pretensión enumerar en un «diario de ruta» tan breve como éste todos los templos que el viajero puede encontrar al remontar el Nilo. Son demasiados. Pero yo tenía en mi lista de tareas pendientes una cita con varios de ellos. 

Años atrás, cuando comenzaba a interesarme por los misterios del pasado, me hice socio de la Ancient Astronaut Society (AAS), y suscriptor de su revista Ancient Skies, en cuyos artículos se pretendía demostrar que los «dioses» del pasado eran algo más que unas figuras teológicas. Fundada por Gene Phillips en 1973, la AAS siempre ha contado como máximo exponente con el controvertido Erich von Däniken, a quien, como ya dije, tuve oportunidad de conocer y con quien compartí congreso, que no teorías, en la Universidad Complutense de Madrid. Además, no me avergüenza confesar que Däniken y yo teníamos y tenemos grandes y queridos amigos comunes, lo que me obligó a escuchar siempre con atención y cariño sus hipótesis, aunque me resulte imposible hacerlas mías. 


Tanto Däniken como toda la AAS postulan que los dioses del pasado eran algo mucho más concreto que figuras divinas o idealizaciones humanas. Según ellos, el secreto de los dioses residía en la visita de civilizaciones extraterrestres a la tierra en un pasado remoto. Y para exponer tan audaz teoría, en cada número de Ancient Skies se publicaban fascinantes fotografías de todo tipo de restos arqueológicos, textos antiguos, monumentos del pasado, etc., siempre fuera de contexto, que eran interpretados por mis colegas como pruebas de esa presencia de los «dioses» alienígenas a lo largo de toda la historia de la humanidad. 

Confieso que yo mismo recibía con entusiasmo cada número del Ancient Skies con la esperanza de encontrar allí una prueba contundente de que aquél era el secreto de los dioses. La revista publicaba enigmas arqueológicos de todo el planeta y, por supuesto, Egipto es uno de sus argumentos más recurrentes. Prometo solemnemente que siempre me he acercado a estas teorías con el escepticismo más prudente y respetuosa. Pero sobre todo con esperanza. Con la esperanza de que alguna de esas evidencias pudiese convencerme de que ese sueño maravilloso es real. Al menos, de esa manera, tendría una respuesta convincente para acallar todas las angustiosas dudas que, por definición, atormentan al escéptico. Entendiendo siempre escéptico por su significado real: el que duda, no el que niega. El que niega, a priori, no duda. Igual que el que afirma a priori. 

Pero a pesar de mi prudente escepticismo, cuando puse mis ojos en los jeroglifos de Abydos sentí un escalofrío en la columna vertebral. Allí parecía estar la prueba irrefutable de que los antiguos egipcios poseían una tecnología imposible de justificar por nuestros conocimientos arqueológicos. Tal y como afirmaban mis colegas de la AAS en las páginas de Ancient Skies. 

Ascendiendo por el Nilo, Abydos es el primer gran templo que encontramos en la orilla derecha del río. Construido por el faraón Seti I, padre del singular Ramsés II, su inusual planta en forma de ele, de sesenta y tres metros cuadrados de superficie, alberga algunos elementos arqueológicos tan únicos y fascinantes como desestabilizadores. 

Durante años, y como los huaqueros peruanos, los niños vendían a los turistas y viajeros antigüedades que robaban de emplazamientos arqueológicos. Pero el escándalo y el endurecimiento de las leyes terminó con esa mutilación del patrimonio histórico. Así que los muchachos desarrollaron el ingenio y se convirtieron en falsificadores tan hábiles como los de El Cairo, Luxor o Asuán. Para su vergüenza, muchos egiptólogos y arqueólogos de prestigio compraron esas falsificaciones creyendo que eran antigüedades auténticas, y hace pocos años se celebró en California una exposición internacional de dichas falsificaciones. Uno de los sistemas consistía en fabricar la pieza utilizando los mismos materiales que los antiguos. Después se obligaba a una oca a que la tragase y los ácidos estomacales hacían el resto. Cuando la pieza era excretada por el animal, su apariencia, y hasta su olor, la podía hacer pasar por antigua a los ojos del experto. 


Hasta hace poco tiempo era complicado llegar allí por encontrarse en el mayor foco de integrismo islámico de Egipto. Sin embargo, en la actualidad muchas de las mayoristas turísticas lo incluyen en sus recorridos. Aun así, la policía local sigue poniéndose nerviosa cuando algún extranjero decide quedarse a dormir en el pueblo. Si decides hacerlo, el hotel Abydos, a pocos metros del templo, es casi la única opción. Merece la pena visitar el hotel, regentado por Hora sobrenombre del protegido de Omm Seti, aunque sólo sea para tomar un café e intentar entablar conversación con el director y escuchar de sus labios la increíble historia de su mentora. Omm Seti, cuyo nombre real era Dorothy Louis Lady, es el mejor ejemplo de cómo una experiencia paranormal personal puede terminar contribuyendo al bien de la ciencia para beneficio de todos. 

Dorothy nació en Blackheath (Londres) el 16 de enero de 1904. Con tres años de edad sufrió una aparatosa caída, que le produjo una experiencia de muerte clínica. O así al menos lo diagnosticó el médico que acudió en su auxilio a llamada de sus padres. Sin embargo casi una hora después de haber firmado la defunción, y cuando el médico volvió al cuarto donde había dejado el cuerpo inerte de la pequeña, la descubrió viva y sonriente y sin recuerdo del traumatismo craneoencefálico sufrido un rato antes. A partir de ese día la pequeña Dorothy comenzó a tener una serie de sueños recurrentes en los que aparecían paisajes, edificios y personas que no reconocía. Y no fue hasta una visita al Museo Británico, en compañía de sus padres, cuando descubrió el origen de aquellas pesadillas y visiones insistentes. Cuando entró en la sala egipcia del prestigioso museo, la niña se abalanzó sobre las estatuas faraónicas, abrazándolas y besándolas compulsivamente. Había descubierto que su futuro —y según ella su pasado— estaba en Egipto. Años des-pués, una fotografía del templo de Abydos en la prensa británica terminó de encauzar su futuro. Aquélla era la «casa» con la que soñaba una y otra vez. 

A los 14 años los sueños con Abydos empezaron a prolongarse más allá de cuando estaba dormida, y empezó a afirmar que una especie de «espíritu» o yinn, llamado Hor-Ra, se le aparecía dictándole mensajes sobre el origen de la cultura egipcia. 

El Londres de los años 20 era un hervidero de médiums, gurtís y esoteristas. Sir Arthur Conan Doyle escribía las aventuras del célebre Sherlock Holmes mientras participaban en investigaciones sobre fotos de hadas o casas encantadas; la Sociedad de Investigaciones Psíquicas de Londres intentaba obtener el reconocimiento académico, y Aleister Crowley reivindicaba el satanismo como una filosofía lícita. En ese caos de creencias a cual más pintoresca, Dorothy Louis aprendió a leer jeroglíficos de la mano de sir Wallis Budge, conservador del Museo Británico, y se convirtió en una enérgica activista, comprometida con la lucha política por la independencia de Egipto. 

En 1933 llegó a este país, de donde ya no saldría más que en un par de fugaces ocasiones. Durante veinte años trabajó como egiptóloga en la zona de El Cairo. Allí se casó con Iman Abd El Megid y tuvo un hijo, bautizado como Seti. De ahí su sobrenombre Omm Seti, que significa «madre de Seti» en árabe. En 1952 pudo establecer su residencia definitiva en Abydos, donde se ganó el respeto de la comunidad científica a pesar de los absurdos relatos que hacía sobre sus encuentros «astrales» con el mismísimo faraón Seti I. Tan absurdos como llegar a afirmar que el mismísimo constructor de Abydos le reveló que los dioses instructores habían llegado desde el espacio, y a incorporar inverosímiles historias extraterrestres en sus visiones místicas. Probablemente un neurólogo podría ubicar perfectamente el origen de las visiones de Dorothy en un trastorno del lóbulo temporal debido al traumatismo que sufrió a los tres años. Es posible. Y también es posible que ni Hor-Ra, ni sus encuentros «astrales» con Seti I hayan existido más que en su imaginación. Sin embargo, aquellas experiencias psíquicas alimentaron el entusiasmo de Omm Seti durante toda su vida. Y gracias a ese entusiasmo la egiptóloga británica más excéntrica de la historia consiguió reconstruir totalmente el templo de Abydos para el disfrute de todos los viajeros que llegamos a aquellas tierras después de su muerte, el 21 de abril de 1981. 

Una vez más, las experiencias psíquicas de una visionaria contribuyen al bien de la ciencia. Así de caprichoso es el destino. Deduzco que la «investigación» que hicieron en Abydos mis colegas de la AAS fue superficial. Un estudio sobre la historia del templo mínimamente serio les habría llevado a Omm Seti, y si hubiesen conocido su obra sin duda la habrían reflejado en las páginas del Ancient Skies. Sobre todo porque, según publicó Omm Seti en sus diarios, antes de morir, el mismísimo faraón Seti I le había explicado en sus encuentros «astrales» el origen extraterrestre de la cultura egipcia. 

Sin embargo, los colegas de Erich von Däniken se limitaron a fotografiar los extraordinarios grabados que aparecen en la primera sala hipóstila del templo, a unos diez metros de altura, y a acompañarlos de algunos comentarios históricos sobre Abydos, un poco tendenciosos y evidentemente superficiales. No obstante, me puedo imaginar la cara de los colegas de la AAS al encontrarse, en medio de un grupo de jeroglifos del Egipto faraónico, con la representación perfecta de un helicóptero, un tanque, un avión y un submarino (un helicóptero, un tanque y dos aviones según otra versión). Supongo que todos los suscriptores de Ancient Skies sintieron el mismo latigazo de entusiasmo que yo al contemplar aquellas fotografías. ¿Sería ésa prueba tan ansiada de que realmente existieron unos «dioses» foráneos a la humanidad en un pasado remoto? ¿O se trataría acaso del legado de una civilización desaparecida, como la Atlántida o Lemuria? 

Sólo se me ocurre otro enigma del pasado que resulte igual de evidente, recogido también por el Ancient Skies: las pinturas rupestres de Fergana (antigua URSS) que muestran un platillo volante y a un astronauta con la misma nitidez inequívoca que los jeroglifos de Abydos. Si una imagen vale más que mil palabras, las fotos de Abydos y Fergana en Ancient Skies eran sendas enciclopedias. Nadie podía quedarse impasible ante esas evidencias. Yo al menos no. Por eso me propuse averiguar si ambas «pruebas» eran lo que parecían. 

Confieso que me sentía tan emocionado como un niño cuando atravesé el primer patio, la terraza, el segundo patio y el pórtico del templo de Seti I para llegar a la sala hipóstila. Y allí estaba. En lo alto, como si los escultores de aquellas imágenes hubiesen querido subrayar el desplazamiento aéreo de aquellos artefactos mecánicos, ubicándolos casi en el techo. Contundentes, indiscutibles, incuestionables Jamás había visto una representación tan exacta de un objeto fuera de su tiempo. De alguna manera, los constructores del templo de Abydos habían grabado en los jeroglifos la imagen de máquinas modernas. 

Sin embargo, había algo que no encajaba. ¿Cómo es posible que Omm Seti no hubiese visto aquellas pruebas irrefutables de la presencia extraterrestre en el templo? Si la mayor especialista del mundo en el templo de Abydos, una egiptóloga con cincuenta años de experiencia en Egipto, veinte de ellos en ese templo, que además era creyente en lo paranormal, había afirmado que el mismísimo Seti I se le aparecía en visiones para hablarle del origen extraterrestre de la dinastía egipcia... ¿por qué no mencionaba ni una palabra del tanque, el helicóptero, el submarino y el avión que posaban descaradamente ante el objetivo de mi cámara en ese momento? ¿Qué razón podía tener Omm Seti para ocultar aquella evidencia irrefutable, que avalaría sus propias afirmaciones sobre sus contactos con el espíritu del faraón? 

No, algo no encajaba. No tenía sentido que Omm Seti no mencione este descubrimiento en sus diarios. Ni que sus biógrafos, como Jonathan Cott, autor de La reencarnación de Omm Seti, tampoco lo hagan... 

La altitud a la que se encuentran esos grabados hacía imposible que realizase un calco de los jeroglifos, lo que me habría permitido analizarlos con mucha más fiabilidad y resolver el enigma mucho antes. Así que me contenté con tomar fotos desde todos los ángulos posibles, grabarlos en vídeo con distintos filtros y contextualizarlos en el interior del templo. Tiempo habría de analizarlos con más detenimiento en compañía de egiptólogos amigos. 

El templo de Abydos ofrece muchos más elementos interesantes para el visitante, como la lista de todos los faraones que precedieron a Seti I y a su hijo Ramsés, en el gobierno de Egipto (todos, menos los considerados ilícitos monarcas, como la reina Hatshepsut); las habitaciones fantasma, cuya utilidad sigue desconcertando a los egiptólogos; o el interesante osirión. Este cenotafio de piedra maciza, construido para el dios Osiris, se encuentra a doce metros por debajo del nivel del templo y presenta una serie de interrogantes sobre su datación francamente embarazosos para los egiptólogos. Aunque eso es algo bastante frecuente en las antigüedades faraónicas. 

Ese osirión era uno de los lugares favoritos de Omm Seti, entre otras muchas razones porque en la sala del sarcófago aparecen representados los akhu o «cuerpos glorificados», que un esoterista llamaría «cuerpos astrales», abandonando el cuerpo físico. La egiptóloga afirmaba que así era como ella se reunía con su amado Seti I. 



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