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¿QUIÉN FUÉ CARLOS CASTANEDA?

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LAS PELIGROSAS SECTAS NEONAZIS EN ESPAÑA



Comisaría de la Policía Nacional, Vigo 10.3o horas

—¿Don Manuel Carballal? —Yo... soy... dígame. 

—Le llamo de la comisaría de Vigo, por favor no cuelgue... 

Supongo que podrán acusarme de machismo chovinista, pero, teniendo en cuenta que el teléfono me había arrebatado de los brazos de Morfeo sin ninguna contemplación, agradecí que en la comisaría todavía prefiriesen tener secretarias a secretarios. A esas horas de la mañana una cálida voz femenina se agradece mucho más que los carraspeos de un funcionario con mostacho. La familiar voz del inspector jefe Santiago Delgado me sacó de las profundas disquisiciones filosóficas que mantenía conmigo mismo y con la almohada... 


—Manolo, soy Santi. ¿Podrías acercarte por Vigo? Un chaval de Pontevedra acaba de pegarse un tiro en la cabeza y pensamos que podía estar metido en cosas raras, de las tuyas... 

Pocas horas después me reunía con el inspector jefe Delgado en la comisaría gallega. Según me informó el policía, el cadáver de un joven, José M. C., había sido descubierto con la tapa de los sesos volada por un disparo. Al examinar los efectos personales del cuerpo, los policías descubrieron un carnet que lo acreditaba como miembro de una conocida asociación ufológica «de investigación y contacto» barcelonesa. Además, le encontraron insignias de grupos neonazis, que lo relacionaban con cierto sector de extrema derecha. 

La policía quería saber si yo conocía al grupo al que pertenecía José. Y así era, aunque dudo de que dicha asociación ufológica hubiese podido considerarse como inductora al suicidio. 

En mis archivos poseía un voluminoso dossier sobre dicho grupo y sus postulados, que si bien no son compartidos por un servidor, no me parecían tan coercitivos como para empujar a alguien equilibrado hacia la muerte. Sin embargo, sí es cierto que, según pude averiguar más adelante, José era un apasionado de los ovnis y acudía a solitarias playas pontevedresas con la esperanza de avistar una nave. Yo mismo he compartido esas esperanzas alguna vez. Aunque cierto es que el muchacho había sugerido a algunos amigos de su círculo cercano que «algún día viajaría a Ganímedes»... 

La inquietud de la policía era natural. No era la primera vez que las creencias esotéricas llevan al suicidio y la policía había acudido a mí en numerosos casos, algunos tan célebres como el brutal crimen de la niñas de San Fernando (Cádiz), en pleno año 2000, en busca de una opinión criminológica familiarizada con el esoterismo.


Pero volviendo a la muerte del joven José M., el factor más interesante de ese caso no se refería a su indiscutible relación con los ovnis y con un grupo de contacto extraterrestre, sino que venía desde otra dirección. José formaba parte de un creciente colectivo de ideología nacionalsocialista, pero que va más allá del nazismo como planteamiento político. Para esos extraños grupos, firmemente asentados en España, Adolf Hitler no era sólo un líder político o un modelo social. Para ellos el Führer es un gurú, un avatar, un mesías. Esas asociaciones, grupos y sectas extendidos por todo el mundo componen un movimiento internacional denominado Hitlerismo Esotérico y pretenden convertirse en las semillas para el Cuarto Reich, que surgirá, o eso esperan, en los primeros años del siglo XXI. 

El primer número de Hiperbórea se abría, tras una presentación editorial, con un artículo de Miguel Serrano sobre la Welstanchauung, una compleja cosmogonía imaginada por Jórg Lanz von Liebenfels a principios del siglo XX. Lanz, nacido el 1 de mayo de 1872 e influido por la obra de Guido von List, primero, y Helena P. Blavatski, después, había vestido hábito cisterciense con sólo 19 años, de ahí el notable conocimiento bíblico que muestran sus escritos y su familiaridad con los movimientos sectarios del cristianismo (gnósticos, dualistas, templarios, rosacruces...). 

Lanz introdujo, con posterioridad a su abandono de la orden, un elemento nuevo en sus teorías esotéricas, teológicas y sociales: la veta cristiana, según la cual Cristo —Frauja, en nombre germánico antiguo— era un iniciado ario, que se opuso a las fuerzas oscuras representadas por la sinagoga judía. A esos y a otros muchos movimientos sociales, Lanz les otorgaba un grado biológico existencial inferior al humano. Mientras los arios eran los descendientes de los dioses, los pueblos «inferiores» eran los descendientes de los monos. 

Con esta pirueta Lanz incorporaba de un solo golpe la temática evolucionista a sus delirios místico-teosóficos, de un lado, y de otro introducía la antropología y la zoología como ciencias de apoyo a su Welstanchauung. El producto de todo eso sería la teozoología y su «biblia», un libro de título ampuloso y enigmático: La teozoología o los Simios de Sodoma y el Electrón de los Dioses. Casi nada. 

Con el paso de los años, Lanz contactaría con otros esoteristas alemanes, con los que se reuniría para debatir sus insólitas teorías, en las que mezclaba la Biblia, el ocultismo ario, los Mahatmas hinduistas y la pureza racial. Reuniones que, salvando las distancias, podrían recordarnos las pintorescas asambleas de La Ballena Alegre en las que se debatían las insólitas teorías de Fernando Sesma. Sin embargo, y pese a lo absurdo de muchos de sus postulados, Lanz terminaría materializando sus delirantes conjeturas en una publicación, Ostara (nombre de la Pascua alemana, originado en una antigua divinidad indogermánica), cuyo primer ejemplar vio la luz en 1905. Durante dos décadas y en dos series (la primera, de 1905 a 1917, compuesta de 89 números, y la segunda, de 1922 a 1927, de 101), Ostara divulgó las pintorescas teorías teosóficas, teológicas y raciales que tanto influenciaron a uno de sus jóvenes lectores. 

Un muchacho que por aquella época se dedicaba a pintar meritorios lienzos en una pobre pensión de Viena, donde devoró todos los números atrasados de Ostara que había solicitado personalmente a Lanz. Éste se los regaló, impresionado por el evidente interés de aquel joven de escasos recursos económicos, pero carismática personalidad. El nombre de ese muchacho era Adolf Hitler.

El hecho de que el número 1 de Hiperbórea se abriese con un artículo sobre la Welstanchauug resultaba sintomático, por ello intenté averiguar si existía alguna relación entre el Centro Tradicional Asgard y Nova Suévia con los grupos neonazis españoles. Así descubrí que el apartado de correos al que debían solicitarse los libros de Nova Suévia, el 612 de La Coruña, coincidía con el apartado postal de la delegación en Galicia de CEDADE, definida en el Parlamento Europeo como la asociación nazi más peligrosa de Europa. 

Esa coincidencia demostraba una relación directa entre la secta u orden ocultista y la principal asociación neonazi europea. Meses después, en septiembre de 1992 y, tras establecer contacto con CEDADE-Galiza, su coordinador, M. Gabriel D. confirmaría mis pesquisas. Así comenzó mi investigación... y a remolque mío, la del Cesid y la policía. 



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